A lo largo de la historia de la música occidental surgieron dos formas de indicar el tempo. Hasta la invención del metrónomo se empleaban determinadas palabras como andante, allegro, etc. que aportaban una idea subjetiva de la velocidad de la pieza[3] y a la vez aportaban información sobre el carácter o la expresión que había que dar a la música. La invención del metrónomo aportó mayor precisión y dio lugar a las indicaciones metronómicas.[4]
En la música occidental actual se suele indicar en pulsaciones por minuto (ppm), abreviado también como bpm, de la expresión beats per minute en inglés. Esto significa que una figura determinada (por ejemplo, una negra o corchea) se establece como pulso y la indicación significa que debe ser ejecutado un determinado número de pulsos por minuto.[5] Cuanto mayor es el tempo, mayor es el número de pulsos por minuto que se deben tocar y por tanto más rápidamente debe interpretarse la pieza.
En función del tempo una misma obra musical tiene una duración más o menos larga. De forma parecida, cada figura musical (una negra o una blanca) no tiene una duración específica y fija en segundos, sino que depende del tempo.[3]
En Europa desde aproximadamente el siglo XVII, los compositores han querido dejar indicaciones sobre la partitura relacionadas con la velocidad a la que querían que se interpretara su música. Estas indicaciones han sido de varios tipos según los momentos y las tradiciones musicales, pero hay un momento de cambio importante cuando en el año 1812 se inventa el metrónomo, patentado por Johann Maelzel en 1816.[6]
En cuanto a la representación gráfica de estas indicaciones, tanto las textuales como las metronómicas, con frecuencia se sitúan inmediatamente encima del pentagrama cuando se trata de una partitura a un solo pentagrama, o bien del pentagrama superior cuando se trata de una pieza con varios pentagramas.