Sus hallazgos científicos tuvieron una gran repercusión en la geología, con el descubrimiento de los valles secos de McMurdo, en la zoología, con el descubrimiento de la colonia de pingüinos emperador en el cabo Crozier, y en la biología, la meteorología y el magnetismo. Respecto a las hazañas geográficas, sobresalieron los hallazgos de la península de Eduardo VII y la meseta Antártica, esta última después de seguir la ruta de las montañas Transantárticas. La expedición, sin embargo, no realizó un intento serio por llegar al Polo Sur, aunque alcanzó el punto más al sur —Farthest South— en la latitud 82° 17' S.[Nota 2]
Considerada como precursora para futuras expediciones, la Expedición Antártica Británica marcó un hito en la historia de las exploraciones británicas efectuadas en la región antártica. Una vez concluida, se la catalogó como un rotundo éxito, aun después de haber requerido de una costosa misión para liberar, en su momento, al barco Discovery y a su tripulación del hielo, al igual que por una serie de disputas surgidas en torno a la veracidad de algunos de sus logros. Algunos científicos han llegado a la conclusión de que la principal falla del proyecto consistió en su incapacidad para hacer uso de mejores técnicas y lograr así un eficiente viaje polar, esencialmente el manejo de esquíes y perros, una deficiencia que persistiría en las siguientes expediciones británicas a la Antártida realizadas durante el «período heroico».
Entre 1839 y 1843, James Clark Ross —el entonces capitán de la Marina Real británica— completó una serie de tres viajes hacia el continente antártico al mando de los barcos HMS Erebus y HMS Terror. Fue en esta época que descubrió un nuevo sector de la Antártida —que después pasaría a ser explorado por futuras expediciones británicas, como la del barco RRS Discovery—, y logró establecer la cartografía general del continente además de bautizar a la mayor parte de la superficie descubierta.