La región abarca una amplia variedad de culturas con gastronomías distintas: en especial, la magrebí, la jordana, la otomana, la griega, la italiana, la provenzal (francesa), y la española. Sin embargo, las conexiones históricas y la importancia del Mar Mediterráneo en el clima y la economía de la región explican por qué estas cocinas comparten platos que incluso exceden al aceite, al pan y al vino en su preparación, como guisos de carne con verdura y tomate (los andrajos españoles y la ciambotta italiana) y la botarga, que es pescado curado con sal y abunda en toda la región.
La gastronomía mediterránea no debe confundirse con la dieta mediterránea, popularizada por los aparentes beneficios de una dieta rica en aceite de oliva, trigo y otros granos, frutas, verduras, y una cierta cantidad mariscos, pero baja en carne y productos lácteos. La gastronomía mediterránea abarca las formas en que estos y otros ingredientes, incluida la carne, se tratan en la cocina, ya sean saludables o no.
La escritora de cocina británica Elizabeth David, en la introducción a su libro A Book of Mediterranean Food (1950), define su objeto de estudio como “la cocina a orillas del Mediterráneo”. Para ello considera los siguientes límites geográficos:
“desde Gibraltar hasta el Bósforo, por el valle del Ródano, a través de los grandes puertos marítimos de Marsella, Barcelona y Génova, pasando por Túnez y Alejandría, abarcando todas las islas mediterráneas, Córcega, Sicilia, Cerdeña, Creta, las Cícladas, Chipre (donde la influencia bizantina empieza a sentirse), la península griega y los tan disputados territorios de Siria, Líbano, Constantinopla y Esmirna.”
David asegura que la extensión de la región se corresponde con la extensión del árbol de olivo: “esas tierras bendecidas por el sol, el mar y los olivos”. La distribución natural de la aceituna está limitada por las heladas y por la disponibilidad de agua.