Tanto la Orden como las condecoraciones que se otorgan están reguladas en un real decreto de 2002,[2] donde se fija como objetivo «recompensar a los ciudadanos que con sus esfuerzos, iniciativas y trabajos hayan prestado servicios eminentes y extraordinarios a la Nación» y por una Orden de 8 de mayo de 2000.[3]
Aunque la Real Cédula de creación es de septiembre de 1771, Carlos III no hizo públicas las disposiciones que habrían de regular la distinción hasta el 24 de octubre[4] La razón para ello estuvo en el origen de la Orden. El futuro rey y príncipe de Asturias, Carlos, llevaba cinco años de matrimonio sin hijos, por lo que al nacer el primer infante quiso su abuelo, Carlos III, dejar constancia de su gratitud a Dios —al que afirmaba haber rezado en espera de la continuidad de la dinastía— y, en especial, a la Virgen María en su advocación de Inmaculada Concepción y de quien se declaraba el rey profundamente devoto. Así, en la fecha señalada, cuando la nuera del rey había podido asistir al primer oficio religioso con el niño en brazos, quiso el rey promulgar las normas de concesión, nombrándose a sí mismo Gran Maestre de la Orden y fijando en sus herederos, siempre que ostentasen el título de Rey de España, el mismo tratamiento y cargo. Aunque el infante y varios hermanos murieron poco después, Carlos III mantuvo su compromiso, si bien el número de Cruces otorgadas fue muy reducido por el pesar del monarca.
Las disposiciones de creación exigían dos requisitos: ser benemérito y afecto a Su Majestad. Se crearon dos clases: las «Grandes Cruces» y las «Pensionadas», siendo discrecional por el monarca su concesión, aunque autolimitó a sesenta las primeras y a doscientas las segundas. En 1783 se ampliaron las órdenes a tres, con la de «Caballeros Supernumerarios», cuya importancia se situaba entre las dos anteriores.